Cuando el Sáhara era malagueño

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25 febrero, 2013

Cuando el Sáhara era malagueño

Al menos medio centenar de vecinos de la ciudad vivieron en El Aaiún los últimos años de dominio español del Sáhara Occidental. Todos recuerdan aquel tiempo como una de las mejores etapas de sus vidas. Ninguno de ellos ha vuelto
Publicado en La Opinión de Málaga el 24 de agosto de 2010

 

Pedro no quiere volver al Sáhara. «No se puede volver. Algunos me reconocerían y dirían que les abandonamos», asegura. Sin embargo, fue allí donde pasó los mejores años de su vida.
Pedro Vicario tiene ahora 77 años. Llegó en 1961, una vez terminado el servicio militar. Su hermano vivía en El Aaiún y le invitó a cambiar de residencia por un tiempo. Lo que empezó siendo una visita de un mes se convirtió finalmente en diez años.
Pisó el suelo africano siendo un joven de 27 años y lo primero que le llamó la atención fue que la arena le llegaba a las rodillas.
En poco tiempo fue nombrado presidente del Círculo Recreativo y Cultural de la ciudad. Desde ese puesto se convirtió en el principal agitador cultural de la ciudad. Detrás de todas las actividades estaba el trabajo de Pedro.
Una de las cosas que más disfrutaba eran las cabalgatas de Reyes Magos. Fue tantas veces disfrazado que en una ocasión una niña le reconoció. «Rey Vicario, ¿me va a traer lo que he pedido?», le preguntó.
«No sé cómo fue. Me adapté de tal modo que me costó trabajo salir de allí», recuerda.
Fue ése el momento más triste, el de la despedida. «Me compré unas gafas oscuras para que nadie me viera llorar». Un grupo de amigos le organizó un almuerzo en el mismo aeropuerto y ya en el avión las azafatas le tuvieron que llevar un refresco para que se le pasara el sofocón.
«Cada vez que Vicario organizaba algo ponía a medio Aaiún bocabajo», dice Pedro Escaño. Es otro de los malagueños que vivieron en el Sáhara español y compartió esa etapa con Vicario.
Su caso fue distinto. Era militar y en 1970 lo destinaron a la capital saharaui. Vivió allí dos años, primero solo y luego con su mujer y sus dos hijos. Lo recuerda como una buena etapa, aunque lo peor sin duda fueron las condiciones de vida. «Se vivía un poco precario y conseguir agua, por ejemplo, era un incordio», recuerda.
Su estancia en la ciudad transcurrió prácticamente en el cuartel, pero los días de descanso recuerda haber dado paseos con su familia o pasar horas en el Casino, que fue centro de reunión para los españoles que residían allí.
Su aventura se acabó cuando lo destinaron a Málaga en 1972.
Otro malagueño, Miguel Zurita, se vino de El Aaiún cuando bajaban la bandera española y subían la marroquí. Un momento muy triste que no le gusta recordar.
Estuvo en el Sáhara catorce años. Se casó allí con la hija de un militar y tuvo dos hijos. «Aquellos fueron unos momentos muy bonitos y muy felices. No hacía falta pedir nada», asegura, aunque no se arrepiente de haber vuelto a Málaga.
Su llegada a El Aaiún estuvo motivada también por su hermano, que ya vivía allí. Fue él quien le dijo que se quitara inmediatamente el traje con el que llegó a la ciudad, ya que no era la prenda más adecuada para moverse entre tanta arena.
Luego fue testigo del crecimiento de la ciudad: «Empezó a hacerse grande por días. Hicieron casinos y grandes edificios».
Miguel venía a Málaga dos meses al año por vacaciones, pero cuando pasaba cuarenta días en la capital «estaba loco por volver».
Recuerda especialmente el trato con los africanos. «El saharaui era un árabe normal y corriente. Tengo grandes recuerdos de la gente de allí». Su trabajo le permitió tener un contacto más directo con ellos. Fue administrador de la central eléctrica y a menudo tenía que solucionar los problemas con el suministro.
«Una vez tuvimos que cortar la luz a un saharaui por falta de pago. Al poco tiempo llegó a la central y dijo que se le había marchado el fuego de la bola». Para estas ocasiones tenía preparadas unas cajitas con un algodón en su interior. «Toma, aquí tienes el fuego de la bola», le dijo. Eso sí, antes había enviado a un técnico para que les restableciera el suministro.

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