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  • Málaga tendrá un nuevo cielo en diez años

    Málaga tendrá un nuevo cielo en diez años

    Málaga tendrá un nuevo cielo en diez años

    Los nuevos hábitos en la iluminación de las calles podrán reducir un 11% el consumo del alumbrado exterior

    Publicado en La Opinión de Málaga el 26 de agosto de 2010

     

    Cuatro años de espera han hecho falta para que la comunidad cuente al fin con una normativa que regule la contaminación lumínica. Fue en 2006 cuando el Gobierno andaluz empezó a dar los primeros pasos de un reglamento que fue aprobado finalmente por el Consejo de Gobierno el pasado 3 de agosto.
    La norma pretende evitar las intrusiones del alumbrado exterior en el ámbito privado, la llamada intrusión lumínica, además de garantizar el buen funcionamiento de los observatorios astronómicos y mejorar la eficiencia energética.
    Pero los efectos de las nuevas reglas van más allá, como explica David Galadí, coordinador para Andalucía de Cel Fosc, Asociación contra la Contaminación Lumínica. En un plazo de diez años, Málaga podrá tener un nuevo cielo cuando se empiece a sustituir el alumbrado tradicional de las calles y la cantidad de luz emitida desde la ciudad experimente una significativa bajada. Esta reducción dejará ver algo más las estrellas, ya que actualmente en la capital sólo vemos en torno a un 7 por ciento de los cuerpos celestes.
    Además, el halo de luz que envuelve a la ciudad se volverá de un tono más blanco y menos dañino, algo que se notará especialmente cuando se llega a la ciudad en avión, según Galadí.
    Pero la normativa también cambiará la fisonomía de muchos edificios. Ya no será posible, por ejemplo, que una compañía de seguros ilumine su fachada durante toda la noche. Además, los edificios emblemáticos tendrán que ser iluminados de arriba a abajo para evitar así la dispersión hacia el cielo nocturno.

    Decisión municipal

    No obstante, todo esto depende de la voluntad política. La nueva normativa deja en manos del Ayuntamiento una multitud de excepciones sobre las que el Consistorio debe pronunciarse.
    Según Galadí, por la vía de las excepciones y con la discreción con la que se tratan muchos aspectos, la norma «puede perder eficacia».
    En el caso del alumbrado festivo, el reglamento «obliga a poco», según el experto, quien asegura que el legislador «es muy sensible a las cuestiones de impacto comercial».
    Tampoco es «muy taxativa» la norma en lo que se refiere a la iluminación de edificios de especial interés patrimonial o cultural. En este sentido, Galadí asegura que parece «razonable» que monumentos importantes se queden encendidos durante más tiempo.
    Además, la norma es muy generosa en cuanto a plazos. Por este motivo, muchos efectos se notarán con el paso de los años.
    Pero detrás de todo estos cambios está el ahorro. Según las estimaciones de la Junta de Andalucía, la aplicación de la nueva norma supondrá una reducción anual prevista de 17,4 millones de Kw/h en el consumo eléctrico, lo que significa un ahorro del 11 por ciento. En concreto, se dejarían de emitir a la atmósfera 7.500 toneladas de dióxido de carbono.
    Para la delegada provincial de Medio Ambiente, Remedios Martel, la nueva normativa «es un avance más» de todo lo que se está trabajando en materia de contaminación.
    Ademas, asegura que servirá para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. La norma se ocupa también de la llamada intrusión lumínica, la luz del exterior que entra en las viviendas y que en muchos casos produce problemas de insomnio a muchos vecinos.
    Se trata de una demanda de las asociaciones medioambientales desde hace años y que ahora estará regulado.
    Otro aspecto que también contempla el reglamento es la protección del medio natural. La contaminación lumínica no solo afecta a las personas, sino que en los últimos años se ha convertido en un problema para los animales y plantas que necesitan a veces un entorno oscuro para vivir.
    Este hecho no es tan patente en Málaga como en otras zonas de la comunidad, territorios de protección natural como Doñana o Matalascañas.
    En definitiva, la nueva norma deja abierto el alcance de las medidas, a la espera de ordenanzas municipales que determinen en qué grado cambiarán las cosas.
    Sin embargo, algo que no se contempla y que subyace tras este problema es la percepción que tienen los ciudadanos del fenómeno.
    Según el coordinador de Cel Fosc, hay un problema de comunicación: la ciudadanía debe entender que la cuestión que está detrás de todo esto es cuidar el entorno. Si la población no es capaz de entender esto, los políticos tampoco lo harán y no aunarán esfuerzos para lograr avances.
    Esto se traduce, por ejemplo, en que en Málaga es aún «un signo de modernidad» el alumbrado ostentoso en eventos como la Feria o Navidad. De esta manera, se desperdician recursos para conseguir una ciudad con un cielo menos contaminado.

  • Cuando el Sáhara era malagueño

    Cuando el Sáhara era malagueño

    Cuando el Sáhara era malagueño

    Al menos medio centenar de vecinos de la ciudad vivieron en El Aaiún los últimos años de dominio español del Sáhara Occidental. Todos recuerdan aquel tiempo como una de las mejores etapas de sus vidas. Ninguno de ellos ha vuelto
    Publicado en La Opinión de Málaga el 24 de agosto de 2010

     

    Pedro no quiere volver al Sáhara. «No se puede volver. Algunos me reconocerían y dirían que les abandonamos», asegura. Sin embargo, fue allí donde pasó los mejores años de su vida.
    Pedro Vicario tiene ahora 77 años. Llegó en 1961, una vez terminado el servicio militar. Su hermano vivía en El Aaiún y le invitó a cambiar de residencia por un tiempo. Lo que empezó siendo una visita de un mes se convirtió finalmente en diez años.
    Pisó el suelo africano siendo un joven de 27 años y lo primero que le llamó la atención fue que la arena le llegaba a las rodillas.
    En poco tiempo fue nombrado presidente del Círculo Recreativo y Cultural de la ciudad. Desde ese puesto se convirtió en el principal agitador cultural de la ciudad. Detrás de todas las actividades estaba el trabajo de Pedro.
    Una de las cosas que más disfrutaba eran las cabalgatas de Reyes Magos. Fue tantas veces disfrazado que en una ocasión una niña le reconoció. «Rey Vicario, ¿me va a traer lo que he pedido?», le preguntó.
    «No sé cómo fue. Me adapté de tal modo que me costó trabajo salir de allí», recuerda.
    Fue ése el momento más triste, el de la despedida. «Me compré unas gafas oscuras para que nadie me viera llorar». Un grupo de amigos le organizó un almuerzo en el mismo aeropuerto y ya en el avión las azafatas le tuvieron que llevar un refresco para que se le pasara el sofocón.
    «Cada vez que Vicario organizaba algo ponía a medio Aaiún bocabajo», dice Pedro Escaño. Es otro de los malagueños que vivieron en el Sáhara español y compartió esa etapa con Vicario.
    Su caso fue distinto. Era militar y en 1970 lo destinaron a la capital saharaui. Vivió allí dos años, primero solo y luego con su mujer y sus dos hijos. Lo recuerda como una buena etapa, aunque lo peor sin duda fueron las condiciones de vida. «Se vivía un poco precario y conseguir agua, por ejemplo, era un incordio», recuerda.
    Su estancia en la ciudad transcurrió prácticamente en el cuartel, pero los días de descanso recuerda haber dado paseos con su familia o pasar horas en el Casino, que fue centro de reunión para los españoles que residían allí.
    Su aventura se acabó cuando lo destinaron a Málaga en 1972.
    Otro malagueño, Miguel Zurita, se vino de El Aaiún cuando bajaban la bandera española y subían la marroquí. Un momento muy triste que no le gusta recordar.
    Estuvo en el Sáhara catorce años. Se casó allí con la hija de un militar y tuvo dos hijos. «Aquellos fueron unos momentos muy bonitos y muy felices. No hacía falta pedir nada», asegura, aunque no se arrepiente de haber vuelto a Málaga.
    Su llegada a El Aaiún estuvo motivada también por su hermano, que ya vivía allí. Fue él quien le dijo que se quitara inmediatamente el traje con el que llegó a la ciudad, ya que no era la prenda más adecuada para moverse entre tanta arena.
    Luego fue testigo del crecimiento de la ciudad: «Empezó a hacerse grande por días. Hicieron casinos y grandes edificios».
    Miguel venía a Málaga dos meses al año por vacaciones, pero cuando pasaba cuarenta días en la capital «estaba loco por volver».
    Recuerda especialmente el trato con los africanos. «El saharaui era un árabe normal y corriente. Tengo grandes recuerdos de la gente de allí». Su trabajo le permitió tener un contacto más directo con ellos. Fue administrador de la central eléctrica y a menudo tenía que solucionar los problemas con el suministro.
    «Una vez tuvimos que cortar la luz a un saharaui por falta de pago. Al poco tiempo llegó a la central y dijo que se le había marchado el fuego de la bola». Para estas ocasiones tenía preparadas unas cajitas con un algodón en su interior. «Toma, aquí tienes el fuego de la bola», le dijo. Eso sí, antes había enviado a un técnico para que les restableciera el suministro.